Silvana Melo

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Ahora que definitivamente está lanzado a la Presidencia, es imprescindible espiar las cuentas y las debilidades en las políticas sociales de Daniel Osvaldo Scioli. La provincia de Buenos Aires, uno de los territorios más injustos e inflamables del país, carga con siete años de gobierno del ex vicepresidente de Néstor Kirchner y ningún alivio en los dolores de vastísimos sectores. Fundamentalmente, la infancia y la juventud, presas fáciles de todos los monstruos sistémicos. Mientras concejales de varios partidos opositores presentaron una denuncia en La Plata porque 30 de cada 100 chicos bonaerenses perderán su lugar en la mesa de los comedores escolares, el ex diputado (CC ARI) Walter Martello presentó un documento con datos acerca de la incidencia de las políticas sociales en los presupuestos provinciales desde 2006 hasta 2014. La subejecución y la languidez en esa incidencia son los resultados. Muy similares a los informes que la ex senadora del mismo partido, María Isabel Gainza, dio a conocer durante su gestión en la Cámara Alta.

Martello, activo publicador de libros e informes que lo mantengan políticamente en pie, hurgó datos de la Contaduría General de Gobierno, de las Leyes de Presupuestos aprobadas, de los finales ejecutados y llegó a varias conclusiones sobre el "impacto de cada programa social, de salud y trabajo en el total del gasto público provincial". Más explícitamente, "la incidencia de áreas y programas sensibles disminuyeron año tras año". Mientras DOS asiste financieramente con generosidad al culto de su imagen publicitaria.

El ex diputado comparó el presupuesto de Felipe Solá en 2006 ($ 26.471.774.284) con el de Scioli en 2013: $ 160.688.939.236. En ocho años, el presupuesto provincial se sextuplicó.

La incidencia sobre el total del presupuesto en el área de Salud en el 2008 sciolista fue de 8,767%. En el 2013, de 5,870%.

El Programa Materno Infantil se llevó, en 2006, el 0,016% del presupuesto provincial. En 2013, el 0,008%. Incidió la mitad en la totalidad de los recursos. Siempre según Martello, en 2008 el Programa de Prevención y Asistencia de Adicciones tuvo una incidencia presupuestaria del 0,004%. En 2013, del 0,001%. Cuatro veces menos, en cinco años en los que aumentó exponencialmente la circulación del paco (por nombrar el tipo de droga más destructiva) en las barriadas populares y entre los chicos de menos recursos.

"La incidencia sobre el total del presupuesto ejecutado para el Ministerio de Desarrollo Social durante el final de la etapa del gobernador Solá fue de 4,82% en 2006", dice el informe del ex legislador. Y "del período de Scioli 1,884%, en 2013". Una caída estrepitosa en el gasto social que impacta directamente en la vida de las familias más vulneradas. Claramente, la incidencia del Programa Seguridad Alimentaria no hace más que confirmar esta hipótesis: 2,7% en el 2006 y 0,86% en el 2013.

Este dato se vincula directamente con el problema de los comedores escolares: la Provincia aumenta la cápita (el almuerzo, por dar un ejemplo, de 5 pesos a 6,30 por cada niño) pero a la vez, disminuye los cupos en las escuelas. Por lo tanto, tres de cada diez chicos quedará fuera de la mesa de los comedores. El 30% de disminución de los cupos es prácticamente el mismo porcentaje del aumento de las cápitas. Por lo tanto, con una inflación que ya nadie desmiente por encima del 30%, los recursos para la comida en las escuelas, en lo concreto, no aumentarán. Porque la decisión es simple: o quedan afuera tres de cada diez o se alimenta a todos con menos dinero.

Este tipo de medidas aparecen en junio, invierno pleno, cuando los nutrientes deberían multiplicarse para pelearles al frío y a las enfermedades estacionales. Que suelen ser muy rebeldes en organismos sin las defensas necesarias para tanta batalla.

Son 500.000 los chicos que la Provincia aparta de los desayunos y almuerzos escolares, acaso con excusas parecidas a las de 2010, cuando se tomó una medida similar: que las escuelas inflan los cupos para recibir más dinero.

Seguramente es verdad: son las estrategias de supervivencia de niveles institucionales donde la escasez presupuestaria invita al milagro.