Ludwig Wittgenstein, el filósofo austriaco que brilló con especial resplandor durante la primera mitad del siglo pasado, ha sido, de manera incuestionable, la persona más cercana a la idea que de ordinario se tiene de un genio.

Nacido en Viena, en 1889, dentro de una familia muy acaudalada, desde muy temprano se vio rodeado, lo mismo que el resto de sus hermanos, él era el último de ocho hijos, de las más distinguidas personalidades de la época, que frecuentaban su casa.  Por ejemplo, el célebre músico Maurice Ravel compuso para su hermano Paul, (también gran músico), que había perdido el brazo derecho en la Primera Guerra Mundial, una pieza musical que sólo podía ser tocada con la mano izquierda. El doctor Oliver Sacks ha recordado esta circunstancia en uno de sus inolvidables libros, “Erna Otten”. Una distinguida pianista que fue alumna del gran Paul Wittgenstein, contaba que él continuaba tocando con la mano izquierda y que encargaba a un número de compositores a escribir música para ser tocada con la mano izquierda.

Pero volviendo a Ludwig Wittgenstein, se debe mencionar que después de matricularse en la facultad de ingeniería mecánica, se propuso construir un turbo reactor, un avión. Los planos se encuentran aún en la Universidad de Manchester. Pronto se dio cuenta de que le faltaban los suficientes conocimientos de matemáticas.  Como por ese tiempo se había publicado con mucho éxito los “Principia Mathematica”, de Russell y Whitehead, Wittgenstein decidió establecerse en Cambridge para tomar clases de matemáticas con Bertrand Russell. 

Se cuenta que a los pocos meses Russell declaró que ya no tenía nada que enseñarle. Y en sus memorias declaró: “El trato frecuente con Wittgenstein ha sido una de las aventuras intelectuales más apasionantes de toda mi vida”

Por esa época Ludwig Wittgenstein trabó relación con los más destacados intelectuales de la época, entre ellos el filósofo Moore, los economistas Keynes, Piero Sraffa, y otros.

En 1913 muere su padre y hereda una gran fortuna, que rechaza sin dudarlo, en beneficio de sus hermanos. Se habla de más de cien millones de dólares al cambio actual. Pensaba que de esa forma estaría seguro de que si alguien se acercaba a él no sería por su dinero. De la fortuna que le pertenecía dispuso que 100.000 coronas se repartiesen entre grandes artistas y poetas, como Rilke, Kokoschka, Loos, Trakl.

Tras el estallido de la Gran Guerra regresó a Austria, para presentarse como voluntario en el ejército, si se solicitaba voluntarios para alguna acción peligrosa, era por lo visto el primero en dar un paso adelante.En las trincheras leía a Nietzsche, a Emerson, aTolstói, su breviario de los evangelios. Sus camaradas le llamaban “El hombre de los evangelios”. También tomaba notas para lo que después publicó con el título de “Tractatus Lógico- Philosóphicus” 

Mas adelante sigue cursos para obtener el título de Profesor de escuela primaria, y durante un tiempo, seis años, ejercerá como profesor, También trabaja como jardinero en un monasterio. Y, junto a un compañero, es contratado por su hermana Margaret para construir su casa. Como arquitecto se encargó de la dirección de la obra. Hizo un diseño completo, no sólo de la estructura y de las paredes, sino de absolutamente todos los detalles, incluso de los pomos de las puertas. La casa está aún de pie, y se la puede contemplar en Viena.

Su obra magna, “Tractatus lógico – Philosophicus”, con el que quiso enderezar la lógica matemática, y la lógica en general, comienza afirmando:

“El mundo es todo lo que sucede”

“El mundo es el conjunto de los hechos, y no de las cosas”

Y la última proposición del libro establece:

“Aquello de lo que no se puede hablar, es mejor silenciarlo”

Recordando a Wittgenstein, anotó lo siguiente, su mentor, Bertrand Russell:

“Tenía la costumbre de venir a verme todas las noches, a medianoche, durante tres horas, en un silencio agitado. Recorría la habitación como una bestia salvaje.

¿Es en la lógica que piensa, o en sus pecados?, le pregunté una vez.

“En los dos”, respondió, continuando sus pasos.

Al final de su primer trimestre en el Trinity, de la Universidad de Cambridge, vino a verme, y me preguntó

“¿Piensa que soy un completo idiota?”

“¿Por qué lo quiere saber?”, le respondí

 “Porque si es el caso, de ser idiota aeronauta, me haré si no, filósofo”

En un número atrasado de hace ya muchos años, la Revista francesa Magazine Litteraire publicó un conjunto de artículos monográficos dedicados a Wittgenstein quien falleció en abril de 1951 a sus 62 años. Entre ellos, el redactado por el filósofo Roland Jaccard, con el título: “50 razones para querer a Wittgenstein”:

Porque el rol que prefería era el de un aristócrata venido a menos.

Porque él nunca ha gritado: ¡Heil Hitler!, como Heidegger, ni ha seguido al partido comunista, como Sartre.

Porque rechazó la herencia familiar, que hubiera hecho de él uno de los hombres más ricos de Europa.

Porque cuando se entera que tiene un cáncer de próstata lo que le desanima no es el diagnóstico del médico si no el que le afirme que hay una terapia eficaz.

Porque nunca usó corbata.