Silvana Melo

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"Cristina, Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación", cantaban el viernes en Rosario los militantes camporistas mientras la Presidenta le pedía al juez Griesa (sí, ése con la cara del bicho con el que se identifican los fondos carroñeros) que abriera una puertita para negociar. Cristina quería pagar mientras Unidos y Organizados instalaba un banderazo ante la embajada de los Estados Unidos. En otra cancha, a la que Cristina aún no ha asomado, se juega la play de la Patria Grande. La América Latina sumerge en el oprobio a la Vieja Europa, la dominadora. Pero Argentina, consumida en sus reticencias y temores, sale con un 5-3-2 a jugarle a un país naciente, arrasado por la guerra, que participa por primera vez en un mundial. Y cuando recupera el 4-3-3 de sus cracks, termina complicado por Irán. Cuyos 23 jugadores juntos no deben totalizar la mitad de lo que vale un Messi. La deuda eterna, en su mayor parte ilícita y fraudulenta, marcó gran parte de la historia argentina. Un país de individualidades brillantes que fracasa en equipo.

Mientras los buitres acechan, en esa secuela feroz del empréstito de Rivadavia, la revolución pasa por el uruguayo Luis Suárez mandando amablemente a su casa a los ingleses. Suárez, el mismo que, en el Liverpool, castigó duramente a Patrice Evra durante todo un partido: "te pego porque eres negro" o "no hablo con negros". Más o menos como pagar religiosamente las deudas externas (eternas) a los ojos del retrato del Che, regalo de Fidel para el hall de la Rosada.

Un repaso rápido viene bien para encontrar los rudimentos de la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los argentinos, no desde el menemismo o la dictadura, sino desde el principio de los tiempos: el préstamo Baring Brother de 1824 es la génesis del buitrerío. Y la dictadura multiplicó seis veces (de 8 mil a 45 mil millones de dólares) el debe mientras imponía su modelo económico a sangre, fuego y muerte.

Alexis y Rivadavia

Fueron los rotos de Alexis Sánchez los que mandaron a casa a la Madre Patria con Piqué y Shakira a cuestas.

Argentina, mientras tanto, no recuerda mucho que el 1 de julio de 1824, con Bernardino Rivadavia como Ministro de Hacienda, se firma en Londres el empréstito con la casa Baring Brothers & Co. (¡Estamos a diez años del bicentenario!) Era 1.000.000 de libras esterlinas, equivalente a 5.000.000 millones de pesos fuertes. Entre los 300 mil que los financistas embolsaron como ganancia y las 130.000 restadas como el pago adelantado de dos cuotas anuales, apenas se recibiría poco más de la mitad en cash: 570.000. La verdad es que llegaron a Buenos Aires poco menos de 100.000 libras en oro y el resto fueron letras de cambio contra comerciantes ingleses y porteños que supuestamente debían pagarlas. La plata en mano se reducía cada vez más. El bueno de Rivadavia puso como garantía las tierras de la Provincia. Pero cuando fue presidente, dos años después, elevó la garantía a todas las tierras públicas de la Nación. Un patriota, Rivadavia. Y una de las primeras ventas del país a un imperio que, eso sí, no era el español.

Años después no se podían pagar ni los intereses y se vendieron dos barcos para afrontarlos. En su momento, Rosas pensó hasta en entregarles las Malvinas para cancelar la deuda y quedar a mano.

Para 1857 (33 años después del empréstito) los intereses casi duplicaban el monto del crédito primigenio (1.641.000 libras) y la totalidad de la deuda se disparaba a casi 2.500.000 libras.

Un paradigma. La deuda condicionó a los gobiernos que le siguieron a Rivadavia (que tiene calles en casi todas las ciudades del país y la más larga de la Nación, naciente en Plaza de Mayo) y fue fraudulenta y usuraria. La independencia de España hizo a la Argentina presa cotizada de otros imperios. Y ahí estaba Inglaterra, al acecho, con sus generosos empréstitos. Esa Inglaterra que Uruguay dejó en el camino -en el Arena Corinthians de Sao Paulo- el mismísimo día del nacimiento de Artigas.

Al finalizar la presidencia del piadoso Julio Roca, los 5 millones de pesos fuertes del empréstito Baring se transformaron en 36 millones de deuda.

Durante décadas se contrajo deuda para pagar deuda. Y tanto la documentación del empréstito Baring como los papeles de la deuda multiplicada durante la dictadura y el menemismo desaparecieron, como por un pase de escapismo de Houdini. Y nunca se investigó su legalidad como para tomar una decisión legítima de no pagarla.

Deuda y sangre

La llegada de José Alfredo Martínez de Hoz (integrante del Consejo Asesor del Chase Manhattan Bank, directivo de Acindar y la Italo) al ministerio de Economía sólo tuvo un paralelismo histórico posterior: el nombramiento de Angel Roig (ejecutivo de Bunge y Born) como ministro de Carlos Menem. Fue instituir en el gobierno al poder económico, ya sin máscara ni pudor. M. de H. tomó una deuda de 7.500 millones de dólares y el país, atravesado por la delincuencia económica y el genocidio político, saltó a manos de Raúl Alfonsín con 45 mil millones y la estatización de la deuda privada, por obra y gracia de Domingo Cavallo (que volvería a repetir esta generosidad extrema con el poder en su paso por los gobiernos democráticos).

Fue en 1982 cuando Alejandro Olmos Gaona presentó una denuncia cuestionando la legitimidad de la deuda. El juez Jorge Ballesteros generó, en el año 2.000, un fallo tan ejemplar como testimonial sobre la ilegalidad de la deuda contraída durante al dictadura. En un párrafo del fallo sostenía: "la deuda externa de la nación (...) ha resultado groseramente incrementada a partir del año 1976 mediante la instrumentación de una política económica vulgar y agraviante que puso de rodillas al país a través de los diversos métodos utilizados (...) que tendían, entre otras cosas, a beneficiar y sostener empresas y negocios privados nacionales y extranjeros en desmedro de sociedades y empresas del Estado que, a través de una política dirigida, se fueron empobreciendo día a día, todo lo cual, inclusive, se vio reflejado en los valores obtenidos al momento de iniciarse las privatizaciones de las mismas". No hubo culpables y, por lo tanto, nadie fue preso. Menem recibió en mano 63.000 millones de dólares de deuda. Después de su paso arrasador, dejó casi 150.000 millones.

"A fines de siglo XX, la deuda externa argentina representaba la cuarta parte de la deuda total de los países emergentes. Embriagados con los vapores del boom accionario y la nueva economía muchos analistas confundieron hinchazón con crecimiento y no supieron divisar el abismo al que se dirigía el país en forma acelerada", escribió Elio H. H. Carro, autor de una pormenorizada historia de la deuda externa argentina. La privatización del sistema previsional, por ejemplo, significó que no entraran a las arcas del Estado los aportes patronales de los trabajadores. Que sirvieron para que las AFJP hicieran el negocio más impresionante de la historia, a costa de la jubilación de la gente. Ese agujero se cubrió tomando más deuda. El pago de intereses, en el 2.000 implicaba el 25% de los ingresos del Gobierno Nacional.

Hielo y corazón

Después, el Megacanje -con Cavallo (otra vez) y David Mulford como padres de la criatura- y el Blindaje de la Alianza. Y el desastre. Con el Adolfo (Rodríguez Saá) abriendo la boca grande para decir "vamos a tomar el toro por las astas; el Estado argentino dejará de pagar la deuda externa". El default ya era inexorable. El país no podía pagar ni un boleto de tren.

Curiosamente, muchos de los cerebros o aplaudidores de esta sangría que creció exponencialmente en los últimos 40 años son los que hoy se legitiman a través de los medios para la defensa de los fondos buitres que ponen en vilo la sustentabilidad argentina. Y que amenazan con un precedente fatal para el resto de los países emergentes en situaciones similares.

Mientras América Latina expulsa a la Europa en crisis que se vuelca a la derecha y a la ultra, exacerba las nacionalidades, festeja que se va España como si el expulsado fuera Pizarro, celebra que se va Inglaterra como si huyera del aceite hirviendo, Argentina no parece poner corazón en el grupo más accesible. Donde los débiles rescatan el heroísmo frente a las superestrellas de freezer.

Subsiste, enterita, la Alemania poderosa de Angela Merkel. Que no se privó de meterse en el vestuario de sus jugadores pudorosamente tapados con la toalla.

Ahora, con los buitres buscando embargar un barco, un avión o a Di María para cobrarse parte de la deuda, está claro que no tienen razón. Ni los buitres ni Griesa: no se puede legitimar el reclamo de una minoría que no aceptó el acuerdo al que llegó el 92%. Hasta Cobos lo admite. Y Messi siempre tiene 30 segundos de esplendor. O veinte. Que al final alcanzan. Ojalá.

Mundiales e historia

Si el mundial del 86 fue la fiesta (corta, muy corta) del regreso a la democracia y el mundial del 90 fueron los jirones de un sueño en agonía, éste tan latinoamericano, tan Brasil, debería ser el pináculo del regreso a la osadía, a la magia, a la necesidad de comerse el mundo de un solo bocado.

Pero Messi no es un emblema de la Patria Grande. Sino un producto del lado catalán de la Madre.

Y Alejandro Sabella no es un lúdico ilusionista, sino un cultor del neoliberalismo de la rusticidad defensiva.

Si fue capaz de prescindir de la belleza y legitimar la fajina ante una sufrida Bosnia, es esperable un 8-1-1 ante una eventual Alemania en cuartos.

El problema es que Sabella, Alejandro, se ha convertido en otro emblema de la intangibilidad K. Desde que confesó sus simpatías por el gobierno y presentó la lista de 30 con Capitanich, Scoccimarro y Grondona Julio, cada comentario cuestionador del planteo en la cancha se convierte en una crítica a las bases cimentarias del kirchnerismo. "Lo están esperando", dicen. Y aseguran que la oposición reza por un fracaso en el Mundial para caerle a Sabella en la yugular.

Quién sabe. Las cosas suelen no ser tan obvias. Ni tan llanas. Ni la copa dorada alzada en el balcón de la Rosada será el paso a la eternidad para el kirchnerismo (no lo fue ni para la dictadura) ni la salida en cuartos significará la caída de Boudou. Después de todo, hace décadas que Argentina no toca una semifinal.