Daniel Puertas

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La escena que describió una vecina sintetiza una historia amarga de tragedia, de pequeños y grandes dramas que se van encadenando, de preguntas sin respuesta y de un dolor lacerante que se reaviva cada día desde esa madrugada infausta del 16 de febrero de 2014.

El mecánico Juan Carlos Pérez murió ese día por un balazo disparado por un joven de 18 años, Damián Emanuel "Nano" Vera o por un adolescente de 17, que querían tirar contra otro grupo de jóvenes que poco antes los habían enfrentado pero que se equivocaron de personas.

Junto a Pérez estaban sus cuatro hijos, Miriam Salías, esposa del teniente de policía Claudio Berra, familiares y la mala fortuna.

Horas después hubo violentos incidentes originados en la indignación de vecinos que consideraban que la actuación policial era "una tomada de pelo", como definieron en esos momentos y las víctimas principales fueron el policía Berra, su yerno, el penitenciario Jonathan Hernández, los hijos de Berra y Miriam Salías, que se vieron envueltos en una sucesión de desgracias que siguen sin comprender y no paran de sufrir.

En estos fríos días del otoño que concluye los familiares de Pérez terminaron de armar un pequeño santuario en el mismo sitio donde el mecánico se desplomó a tierra con un grito desgarrador que al principio Miriam Salías, que estaba a su lado, creyó que era una mala broma.

A ese santuario van cada noche madre, esposa, hijos y otros familiares de Pérez a encender velas, rezar y llorar. Anoche tal vez esperaron que se marcharan los periodistas para ir a cumplir con ese rito cotidiano y estremecedor.

"No estamos en condiciones de hablar", le dijeron a su amiga por teléfono entre sollozos.

Más de tres meses después todavía no han conseguido asumir que Juan Carlos Pérez ya no está entre ellos y que sus cuatro pequeños hijos son irremediablemente huérfanos.

El santuario es pequeño, una placa de latón contiene el entrañable mensaje de sus familiares directos e informa al transeúnte ocasional de que en ese lugar ocurrió una tragedia.

Miriam Salías revive la escena trágica cada vez que mira por la ventana. Poco tiempo atrás sufrió un preinfarto, la lectura del electrocardiograma fue alarmante. Pero el gráfico no revela que el corazón se le rompe un poco más cada vez que entra o sale de su casa.

"No puedo hablar, soy la esposa de un policía", dice, pero las lágrimas que lucha por contener hablan por sí mismas.

Claudio Berra fue responsabilizado públicamente por el jefe de la Policía Distrital, comisario Néstor Ordoqui, de haber impulsado los disturbios que sacudieron al barrio denominado con comodidad como "Matadero" horas después del crimen.

Aunque numerosos testigos aseguran que ni Berra ni su yerno Jonathan Hernández -al que le destrozaron una pierna con un escopetazo de postas de goma disparadas a quemarropa- generaron nada sino que sólo trataron de proteger a sus familiares.

Los hijos de Berra estaban siendo metódicamente apaleados por policías enfurecidos por las pedradas que les arrojaron adolescentes impulsados por la indignación generalizada de vecinos convencidos de que los policías estaban "haciendo como que trabajaban" después que su ausencia hubiera posibilitado el crimen terrible.

Esa madrugada los habían llamado varias veces porque se estaba celebrando una fiesta que alteraba la calma del barrio. Una fiesta privada a la que se ingresaba pagando, aunque esas cosas suelen requerir de ciertos trámites previos y habilitaciones imprescindibles.

El comisario Ordoqui dijo públicamente que Berra estaba borracho. No hay análisis médico que pruebe esa afirmación aventurada por la que el jefe policial debería responder ante la Justicia.

Hasta ahora Berra no inició ninguna acción civil. Está en su casa cobrando medio sueldo y sólo le dice al periodista que si se entera de la posibilidad de una changa se lo haga saber, con una sonrisa tenue en los labios y una amargura fuerte en la mirada.

La Dirección de Asuntos Internos debe resolver su situación administrativa y la Justicia su situación penal.

Su hijo de 17 años fue golpeado y trasladado a la comisaría esposado, todo lo cual está vedado por la ley, que contempla sanciones para quienes infringen las normas. No se sabe si la fiscal del fuero de Responsabilidad Penal Mariela Viceconte inició alguna causa contra quienes violaron de manera flagrante las leyes que protegen al niño y al adolescente.

No se sabe cuándo la Policía Bonaerense decidirá si Claudio Berra está habilitado para percibir íntegramente su sueldo, si lo dejarán cesante o si investigarán probables faltas cometidas por sus jefes. Dicen que ninguno de los compañeros que tuvo a lo largo de 27 años de carrera fue a visitarlo por el drama que le acarreó defender a sus hijos.

Para reclamar la liberación del sargento Juan Carlos Coria, que asesinó de un balazo a un hombre que amenazaba con suicidarse y no representaba ninguna amenaza más que para sí mismo, los policías olavarrienses adoptaron medidas de fuerza.

El espíritu de cuerpo es selectivo. Probablemente los contrastes definen una moral.

Mientras tanto, la muerte de Juan Carlos Pérez se revive cotidianamente y duele siempre como la primera vez.